Querida mama…tres años después
Querida Mamá:
Cuando lean estas líneas habrá pasado otro año de tu muerte. Por eso, me he puesto a escribirte con todo el calor del verano, para enviarlo con tiempo de sobras a la imprenta. Desde la Parroquia de mi pueblo, como hacía el Padre Llorente en el país de los eternos hielos, junto al Señor, leyendo las cartas de la gente que lo recordaba a miles de kilómetros, te escribo esta pequeña carta. Hoy es día 5 y me toca estar con Jesús, pues volvemos a tener los turnos de oración que permiten tener la Parroquia abierta. Y rezando, me acuerdo de ti.
Este año quiero recordar secuencias de los veranos que pasamos juntos. Aprovechábamos para ordenar la casa, cosa que se nos ha quedado puesto, eso de tenerlo todo en orden, como tú. Algunos se ríen de mí diciendo que encuentro las cosas en mi casa, con los ojos cerrados. Todavía aparecen carpetas de los campamentos que preparabas durante el año, sobre todo en verano. Los jefes de día, el horario de actividades, las charlas. Realmente, el campamento para nosotros, fue media vida. Primero aprendiendo, después intentando seguirte el paso y, por último, acompañándote y solucionando inconvenientes. Como el día del gran chaparrón, que se hundió una tienda: parecías un general, mamá. – ¡Antonio María, vete para allá y arregla eso! Tardé un minuto y cuarenta segundos. (Como para relajarme en el operativo) ¡Qué bien lo pasamos en tantos “Flamisell” y qué ejemplo nos diste año tras año hasta el segundo “Los Arces”. Lo que algunos llamamos “La última fortaleza”. El que no lo entienda que vea la película, aunque allí se demostraba el coraje entrando, no saliendo. Cosas del cine.
Y, hablando de cine. Te gustaba ver películas en verano. Desde “Pinocho” hasta “El Patriota” o “Gladiator”, en las que fuimos al cine, o “El último Mohicano” o “Máster and Comander”, que veíamos en casa, esta última cuando te rompiste el fémur y me hiciste hacer mil kilómetros conduciendo para que no dejara las Misas de los pueblos porque había venido a Barcelona a ayudar a cuidarte. También renunciaste al cine por cuidarnos de niños y Dios te dio el ciento por uno. Y “Marcelino Pan y Vino”, la última que viste. La música de “Ben-Hur”, que reconociste ya estando muy malita, porque la salida hacia la tierra prometida de “Los diez Mandamientos” ya no la oíste aquí , sino en directo, entrando en la Gloria. No “allí donde estés” como dicen algunos, sino en el Cielo, donde tantas personas te esperaban.
Otra cosa del verano era la torre de Castelldefels. Aunque hace muchos años, todavía me acuerdo. Íbamos pronto a Misa y después a la playa, cuando no había nadie todavía. Jugábamos a coches, a dardos, con las bicis. Los domingos papá traía helado de tutti-fruti (que entonces no lo vendía Mercadona), tú limpiabas mucho y nosotros barríamos la pinaza. El abuelito hacía pan tostado y la abuelita cosía. ¿Te acuerdas? Una vida muy sencilla y muy hermosa. Tu mamá te ayudaba mucho, sobre todo al principio. ¡Qué infancia más hermosa! Dale gracias a la Virgen de mi parte.
Y cuando pasabas un mes entero en los pueblos donde estuve de párroco. Con la Virgen de Tejeda, en el patio de Almodóvar, la casita de Alcázar del Rey, y la visita a Santa María. Recuerdo cuando hacíamos la lista para ir de compras. “-¿Qué quieres comer? Lo que tú quieras mamá. Venga, pónmelo fácil: ¿arroz con pollo, croquetas? Siempre croquetas, como hacía la abuelita… ¡Qué bien está ahora, mamá! Esta casa te la has perdido. En el Cielo se estará bien, pero aquí también, cerquita de Dios, al lado de la Iglesia; y todo bien bonito, como a ti te gusta. Me han ayudado mucho. Ahora da gusto.
Y termino como la última vez con el Valle de Arán, cuando nos queda mes y medio para volver, si Dios quiere. Con tus excursiones milimétricas y llegando a comer tarde para aprovechar al máximo, sin dejar el viaje a Lourdes, nuestro amigo Nino del Vesuvio italiano, la procesión de antorchas, a veces con muleta, las últimas en silla de ruedas; y rezar en la gruta, sobre todo, madre: ¡cómo te gustaba rezar! Pedías por todos y cada uno, con sus nombres, sus problemas, sus amigos. Una Salve por uno y otra por otro, y las acciones de gracias interminables. ¿Te acuerdas que el abuelito decía que cerrábamos todas las iglesias? También en vacaciones tu Misa diaria, como durante el curso, a las siete y media de la mañana, aun estando enferma, para desayunar con José María antes de que fuese al trabajo. Era tan hermoso rezar contigo, era tan fácil dejarse llevar hacia Jesús y la Virgen por ti. ¡Gracias Madre, por enseñarme el camino, por empujarme, por ir delante, detrás y conmigo!
La Virgen me tenga cerquita de ti, sin tu fiel amparo, ¿qué será de mí?
Te quiero mamita, te quiero; con cariño hondo, con amor sincero.
P. Antonio María Domenech
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