Una de cal y otra de arena
La verdad es que las dos cosas que voy a explicar son tan distintas que no se ha ocurrido otro título más apropiado.
En un pequeño pueblo cercano al mio, no de esos tan chicos que está vacío hasta el cementerio, sino de los medianos; de doscientos habitantes aproximadamente, pero que en otro tiempo fue mas grande, por lo que conserva sus muchas casas, sus anchas calles… tuve que ir a presidir unas exequias por encontrarse fuera el párroco y tener, además, otro entierro en otro pueblo a la misma hora.
Me perdí por el camino queriendo buscar una ruta más corta por entre las obras del AVE. Llegué con el tiempo justo. Tenía prisa, ya que después debía volver a Almodóvar del Pinar para decir otra Misa. Decía nuestro fundador que lo más serio está muchas veces muy cerca de lo más cómico.
La iglesia estaba cerrada y la llave la tenía «la Pepa», pero se había ido a otro entierro y no estaba en el pueblo. Para llamar al párroco no había cobertura, como de costumbre en estos casos. Por fin, abrimos, y llegó desde Cuenca el coche de la funeraría. Algo viejo el vehículo, aún tuvo fuerza para dar la vuelta y encarar el maletero con la puerta de la Iglesia, pero el encargado se negó a descargar.
Nadie sabía lo que ocurría. «Hasta que el hijo no llegue, no descargo». Yo estaba revestido. La gente me miraba. No sabían si reír o rezar. «¡Pero si el hijo ya ha llegado»!. «¿Dónde está?» Por allí no aparecía. A las 17:06 se me ocurrió preguntar si el hijo de la difunta solía venir a la Iglesia. Contestaron que nunca. A ver si es que no va a venir… Empezó la gente a reír. Al final una mujer dijo que sabía dónde estaba. ¡Se había ido a aparcar el coche! Llegó tranquilo, se puso su americana, dijo que empezáramos y entramos todos en la iglesia. Eso si: el coche ya estaba bien guardado.
Al viernes siguiente rezamos el Vía Crucis en mi parroquia. Desde que estuve en Nules, aprendí del entonces párroco, don Miguel León, la tradición de nuestra tierra de besar el suelo en las estaciones de las tres caídas. Al decir: Te adoramos oh Cristo y te bendecimos… (el párroco besa el suelo) porque por tu santa Cruz redimiste al mundo. Una buena costumbre que quizás será poco practicada e incluso mal vista por mucho clero actual, pero que recuerda la humillación de nuestro Señor camino del Calvario y la humildad necesaria para alcanzar el cielo,
Pues bien, la séptima estación nos recuerda la segunda caída de Jesús. Cuál sería mi sorpresa cuando al rezar la octava estación y decir: Te adoramos oh Cristo… Nuria, una niña de cinco años que venía a rezar el Vía Crucis con su mamá, ya hacia varios viernes, agacha su pequeñita espalda y besa el suelo con sencillez.
Después supe que la niña iba a salir en procesión vestida de nazareno y que preparaba esos días con ilusión, que hacía ya algunas semanas que sabía que Jesús está en el Sagrario y que, en fin, pronto vendría a catequesis para empezar a preparar su primera comunión.
P. Antonio María Domenech, mcr
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