Burke: «No estoy en contra del Papa. Quieren desacreditar a los que defienden la enseñanza de la Iglesia»
«No estoy en contra del Papa, no he hablado nunca contra el Papa, siempre he concebido mi actividad como un apoyo al ministerio petrino. Únicamente quiero servir a la verdad». El Cardenal está apenado por la campaña negativa que se ha librado contra él. Sesenta y seis años, ordenado obispo por Juan Pablo II en el 1995, valorado experto de Derecho Canónico, fue llamado a Roma por Benedicto XVI en 2008 como Prefecto del Tribunal de la Signatura Apostólica, para después ser nombrado cardenal en 2010.
En estos meses ha estado presentado como un fanático ultraconservador, anticonciliarista, conspirador contra el papa Francisco, incluso decidido a un cisma en el caso de que el Sínodo se abriera a cambios no deseados. La campaña es tan fuerte que en Italia varios obispos se han negado a dar cabida a sus conferencias en sus diócesis. Y cuando en algún lugar se le permite celebrar una reunión —como recientemente en algunas ciudades del norte de Italia— no faltan sacerdotes que se quejan, acusándolo de difundir propaganda contra el Papa. «Son tonterías, simplemente no comprendo esta actitud. Nunca he dicho una sola palabra contra el Papa, me esfuerzo únicamente en servir a la verdad, una tarea que todos tenemos. Siempre he visto mi trabajo, mis actividades como un apoyo al ministerio petrino. Las personas que me conocen pueden decir que no soy en absoluto un antipapista. Al contrario, siempre he sido muy leal, y siempre he querido servir al Santo Padre, cosa que hago también ahora».
De hecho, al tratarlo en su apartamento, a dos pasos de la plaza San Pedro, con su carácter afable, y su hablar espontaneo, se le ve muy distinto de la imagen de defensor adusto de la «fría doctrina», como viene describiéndolo la prensa dominante.
Cardenal Burke, con todo, en el debate que precedió y siguió a la primera sesión del Sínodo sobre la familia, ciertas declaraciones suyas sonaron efectivamente como una crítica al Papa Francisco, o por lo menos así han sido interpretadas. Por ejemplo, recientemente han provocado mucho ruido sus palabras: «Resistiré, resistiré» como respuesta a una eventual decisión del Papa a conceder la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Sin duda ha sido una frase tergiversada; no hacía referencia al Papa Francisco. Creo que siempre he hablado con claridad sobre la cuestión del matrimonio y la familia; hay quien quiere neutralizarme acusándome de ser enemigo del Papa, o incluso de estar a punto para proclamar un cisma, simplemente usando la respuesta que di en una entrevista a una televisión francesa.
Entonces, ¿cómo hay que interpretar esas palabras?
Es muy sencillo. La periodista me preguntó qué haría si hipotéticamente —nunca se refirió al papa Francisco— un pontífice tomase decisiones contra la doctrina y contra la praxis de la Iglesia. Le dije que debería resistir, porque todos estamos al servicio de la verdad, empezando por el Papa. La Iglesia no es un organismo político, en el sentido de poder. El poder es Jesucristo y su Evangelio. Por esto respondí que resistiré, y no sería la primera vez que esto sucede en la Iglesia. Hay varios momentos en la historia en el que alguien hizo frente al Papa, comenzando con San Pablo ante San Pedro, en la cuestión de los judaizantes, que querían imponer la circuncisión a los convertidos helénicos. Pero en mi caso no estoy haciendo en absoluto resistencia al papa Francisco, porque él no ha hecho nada contra la doctrina. Y no me veo en lucha contra el Papa, como algunos quieren presentarme. No estoy llevando adelante los intereses de un grupo o de un partido, busco solamente como cardenal ser maestro de la fe.
Otra imputación en su contra es su pasión por los «encajes y puntillas», como se dice en modo despectivo, cosa que el Papa no soporta.
El Papa no me ha hecho saber nunca que este disgustado por mi forma de vestir, que por otra parte ha estado siempre dentro de la norma de la Iglesia. Celebro la liturgia también en la forma extraordinaria del rito romano y para ésta hay vestiduras que no existen para la celebración en la forma ordinaria, pero siempre me pongo aquello que la norma prevé para el rito que estoy celebrando. Yo no hago política contra la forma de vestir del Papa. Además, hay que decir que cada Papa tiene su propio estilo, pero que no lo impone a todos los demás obispos. No comprendo por qué esto ha de ser un motivo de polémica.
Los periódicos a menudo utilizan una imagen en la cual usted viste sombrero notoriamente de otra época.
Ah, esa, pero es increíble. Puedo explicarle. Es una imagen que se ha difundido después de que «Il Foglio» la haya utilizado para publicar una entrevista que me hicieron durante el Sínodo. La entrevista estaba bien hecha, pero desafortunadamente han usado una foto fuera de contexto, y me disgusta porque de esta forma han dado una imagen mala como de una persona que vive anclada en el pasado. Sucedió que, después de ser nombrado cardenal, fui invitado a una diócesis del sur de Italia para dar una conferencia sobre la liturgia. Para la ocasión, la organización quiso darme el regalo de un antiguo sombrero cardenalicio, que desconozco cómo consiguieron. Obviamente lo tengo en mi poder, y no tengo intención alguna de ponérmelo, pero me pidieron poder hacer, por lo menos, una foto con el sombrero puesto. Esta ha sido la única vez que me he puesto aquel sombrero sobre mi cabeza. Pero desafortunadamente aquella foto ha dado la vuelta al mundo y muchos la usan para dar la impresión de que visto así normalmente. Pero nunca lo he llevado puesto, ni siquiera en una ceremonia.
Usted ha estado señalado como el inspirador, o por lo menos el promotor de «Súplica al Papa Francisco sobre la familia», que se ha creado para recoger firmas a través de algunos lugares del mundo tradicionalista.
Yo he firmado ese documento, pero no es una iniciativa ni una idea mía. Tampoco he escrito o colaborado en la redacción del texto. Quien diga lo contrario, miente. Por lo que sé, es una iniciativa de laicos; me fue mostrado el texto y lo firmé, como han hechos otros muchos cardenales.
Otra acusación que se le hace es la de ser anti-conciliarista, de estar en contra del Concilio Vaticano II.
Son etiquetas que se aplican fácilmente, pero no tiene una base real. Toda mi educación teológica en el seminario mayor estuvo basada sobre documentos del Vaticano II, y me esfuerzo aún hoy en estudiar más profundamente los documentos. No estoy en contra del Concilio en absoluto, y si alguien lee mis escritos encontrará que cito muchas veces los documentos del Vaticano II. Sin embargo, con lo que no estoy de acuerdo es con el así llamado «Espíritu del Concilio», esa interpretación del Concilio que no es fiel al texto de los documentos y que tiene la intención de crear algo totalmente nuevo, una nueva Iglesia que no tenga nada que ver con todas las consideradas aberraciones del pasado. En esto sigo totalmente la brillante presentación que hizo Benedicto XVI en su discurso a la Curia Romana en la Navidad de 2005. Es el famoso discurso en el cual explica la correcta hermenéutica que es la de la Reforma en la continuidad, contrapuesta a la hermenéutica de la ruptura en la discontinuidad, que tantos sectores llevan adelante. La intervención de Benedicto XVI realmente es brillante y lo explica todo. Muchas cosas que han sucedido después del Concilio y atribuidas al Concilio, no tienen nada que ver con el Concilio. Esta es toda la verdad.
Pero aún queda el hecho de que el Papa Francisco he ha «castigado» destituyéndolo de la Signatura Apostólica y confiándole el patronato de la Soberana Orden Militar de Malta.
El Papa ha concedido una entrevista al diario argentino La Nación en el que ha respondido a esa pregunta, explicando las razones de esta elección. Esto ya lo dice todo y no es necesario que comente nada al respecto. Sólo puedo decir, sin violar ningún secreto, que el Papa nunca me ha dicho ni me ha dado la impresión que quisiera castigarme por algo.
Cierto es que su «mala imagen» tiene que ver con lo que el Cardenal Kasper, en los últimos días, ha definido como la «batalla sinodal». Esto parece crecer en intensidad a medida que se acerca el Sínodo Ordinario del próximo octubre. ¿En qué punto estamos?
Diré que ahora hay un debate mucho más amplio sobre los temas tratados en el Sínodo y esto es un bien. Hay un número mayor de cardenales, obispos y laicos que está interviniendo y esto es muy positivo. Por esto no comprendo todo el rumor que se creó el año pasado entorno al libro «Permanecer en la Verdad de Cristo», en el que he contribuido junto a otros cuatro cardenales y cuatro especialistas sobre el matrimonio.
Y ahí es donde nace la tesis del complot contra el Papa, tesis reafirmada recientemente por Alberto Melloni en el «Corriere della Sera» y que le costó una querella del editor italiano Cantagalli.
Es simplemente absurdo. ¿Cómo es posible acusar de complot contra el Papa a aquellos que presentan lo que la Iglesia siempre ha enseñado y practicado sobre el matrimonio y la comunión? Es cierto que el libro ha sido escrito como ayuda en vista del Sínodo para responder a la tesis del Cardenal Kasper. Pero no es polémico, es una presentación fidelísima de la tradición, y es de la más alta calidad científica posible. Estoy absolutamente dispuesto a recibir críticas sobre contenido, pero decir que hemos participado en un complot en contra del Papa, es inaceptable.
Pero, ¿Quién está fomentando esta caza de brujas?
No tengo ninguna información directa, pero seguramente se trata de un grupo que quiere imponer a la Iglesia no sólo esta tesis del cardenal Kasper sobre la comunión para los divorciados vueltos a casar o para personas en situación irregular, sino también otras posiciones sobre cuestiones relacionadas con los temas del Sínodo. Pienso, por ejemplo, en la idea de encontrar los elementos positivos en las relaciones sexuales extramatrimoniales u homosexuales. Es evidente que hay fuerzas que empujan en esa dirección, y por esto quieren desacreditar a los que están tratando de defender la enseñanza de la Iglesia. Yo no tengo nada personal contra el cardenal Kasper, para mí la cuestión es sencillamente presentar la enseñanza de la Iglesia, que en este caso está vinculada a palabas pronunciadas por el Señor.
En referencia a algunos temas que surgieron con fuerza en el Sínodo, se ha vuelto a hablar del lobby gay.
No soy capaz de señalar con precisión, pero veo que hay una fuerza que va en esta dirección. Veo gente que, consciente o inconscientemente, están llevando adelante una agenda homosexualista. Cómo está esto organizado no lo sé, pero es evidente que hay una fuerza de este género. En el Sínodo hemos dicho que hablar de la homosexualidad no tiene nada que ver con la familia, más ben se debería haber convocado un Sínodo especial si se quería hablar de este tema. Y, por el contrario, encontramos en la Relatio post disceptationem este tema que no había sido discutido por los padres sinodales.
Una de las justificaciones teológicas en apoyo al cardenal Kasper que viene siendo muy repetida a día de hoy es la del «desarrollo de la doctrina». No es un cambio, sino una profundización que puede conducir a un nueva praxis.
Aquí hay un gran malentendido. El desarrollo de la doctrina, como, por ejemplo, ha estado presentado por el Beato Cardenal Newman y por otros buenos teólogos, significa una profundización en la apreciación, en el conocimiento de una doctrina, no el cambio de la doctrina. El desarrollo en ningún caso lleva al cambio. Un ejemplo es el de la Exhortación postsinodal sobre la Eucaristía, escrita por el papa Benedicto XVI, la «Sacramentum Caritatis», en la cual es presentado el desarrollo del conocimiento de la presencia real de Jesús en la Eucaristía, expresada también en la adoración eucarística. De hecho, hubo algunos contrarios a la adoración eucarística porque la Eucaristía es para recibirla dentro de uno mismo. Pero Benedicto XVI ha explicado, citando a san Agustín, que si bien es cierto que el Señor se nos da en la Eucaristía para ser consumido, también es cierto que no se puede reconocer esta realidad de la presencia de Jesús bajo las especies eucarísticas sin adorar estas especies. Esto es un ejemplo del desarrollo de la doctrina, pero esto no es que la doctrina de la presencia de Jesús en la Eucaristía haya cambiado.
Uno de los motivos que vuelven a la polémica en el Sínodo es la presunta contraposición entre doctrina y praxis, doctrina y misericordia. También el Papa insiste mucho sobre la actitud farisaica de quien usa la doctrina impidiendo que entre el amor.
Creo necesario diferenciar entre aquello que dice el Papa en alguna ocasión y aquellos que afirman una contraposición entre doctrina y praxis. No se puede nunca admitir en la Iglesia un contraste entre doctrina y praxis porque nosotros vivimos la verdad que Cristo nos comunica en su Santa Iglesia y la verdad no es nunca esa cosa fría. Es la verdad lo que nos abre un espacio para el amor; para amar verdaderamente se debe respetar la verdad de la persona, y de la persona en las situaciones particulares en las que se encuentra. Así que establecer algún tipo de contraste entre doctrina y praxis no refleja la realidad de nuestra fe. Quien sostiene la tesis del cardenal Kasper —un cambio de la disciplina que no toca la doctrina— debe explicar cómo es posible. Si la Iglesia admite a la comunión a una persona que está ligada en un matrimonio, pero que está viviendo con otra persona otra relación matrimonial —es decir, que está en situación de adulterio—, ¿cómo se puede permitir esto y mantener al mismo tiempo que el matrimonio sea indisoluble? Esta contraposición entre doctrina y praxis es un falso contraste que debemos rechazar.
Pero es cierto que se puede usar la doctrina sin amor.
Claro, y eso es a lo que el Papa está denunciando, un uso de la ley o de la doctrina para promover una agenda personal, para dominar a las personas. Pero esto no significa que exista un problema con la doctrina y la disciplina. Solamente que hay personas de mala voluntad que pueden cometer abusos, por ejemplo interpretando la ley de un modo que dañe a las personas. O aplicando la ley sin amor, insistir sobre la verdad de la situación de la persona pero sin amor. Aunque cuando una persona se encuentre en pecado grave, nosotros debemos amar a esa persona y ayudarla como hizo el Señor con la adultera y la samaritana. Él fue muy claro al anunciar el estado de pecado en que se encontraban, pero al mismo tiempo mostró un gran amor invitándolas a salir de aquella situación. Lo que no hicieron los fariseos, que mostraban un cruel legalismo: denunciaban la violación de la ley pero sin prestar ninguna ayuda a las personas para salir del pecado, a fin de encontrar la paz en su vida.
Traducción de Jóvenes de San José
Texto original de Riccardo Cascioli
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