Alegría que se renueva y se comunica.
El Papa Francisco empieza su exhortación con este título: Alegría que se renueva y se comunica. Existe un riesgo que tiene como origen el carácter individualista de las personas del mundo moderno. Un carácter individualista que nos anima a vivir cómodamente, buscando placeres que nos lleven a la autosatisfacción propia olvidando al hermano, y lo más importante, olvidando a Dios.
El problema de origen es el abandonar la fe en Dios es por ello que el Santo Padre nos anima a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. Este es el único “antídoto” para salir del estado hedonista en el que vivimos.
La perversión actual llega a extremos muy grandes, la esclavitud de personas en diferentes puntos del mundo, el desenfreno sexual, que nos lleva a todo tipo de vicios, muchos de ellos contrarios a la misma naturaleza humana, sin embargo, debemos recordar, que por muy bajo que hayamos caído, Dios no se cansa nunca de perdonar.
El perdón de Dios es la fuente de nuestra alegría. Debemos ser testigos de la misericordia de Dios en medio del mundo, nosotros pecadores, debemos aceptar el perdón de Dios, y con humildad y auténtica alegría acercarnos al hermano alejado de Dios, y hacer de puente hasta Dios, propiciar el encuentro con Dios.
En las Sagradas Escrituras percibimos, de manera especial en el Evangelio, la invitación a la alegría:
«Alégrate» es el saludo del ángel a María (Lc 1,28).
La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41).
En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47).
Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29).
Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21).
Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11).
Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20).
Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22).
“Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo.” (6)
“No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»”(7)
“Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?” (8)
Marcos Vera Pérez
presidente de Jóvenes de San José
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