Pero, ¿a qué vienen los Reyes Magos?
En una sociedad tan superficial como en la que vivimos, muchas veces tendemos a no atender a lo verdaderamente grande de los asuntos. Estos días todos vamos a recibir muchos regalos por parte de familiares y amigos, pues estamos celebrando la fiesta de los Reyes Magos; y me parece una tradición muy hermosa, pues todo regalo es una donación, y de donaciones trata la venida de estos personajes llamados Reyes Magos. Y no me refiero al oro, al incienso y a la mirra que regalaron los magos al niño Dios, me refiero a la donación de su propio ser al niño.
¿A qué vienen los Reyes Magos? La respuesta es sencilla: los Reyes Magos vienen a adorar. Fíjense en las palabras de San Bernardo: ¿Qué hacéis Magos, qué hacéis? Adoráis a un niño de pecho en un miserable cobijo, envuelto en pobres pañales. Y las Sagradas Escrituras nos dicen que postrándose lo adoraron. Y San Agustín afirma que los Magos “anuncian y preguntan, creen y buscan, a imagen de aquéllos que caminan en la fe y desean ver”.
Los Reyes Magos vienen a explicarnos que debemos adoración y reverencia a Dios Nuestro Señor. La fiesta de los Reyes Magos es de vital importancia para nuestros tiempos, en los que hemos olvidado el sentido de adoración a Dios; pues el centro de adoración, lo que da sentido a nuestros actos de sacrificio a Dios, que es la Santa Misa, lo hemos transformado por propia voluntad en una catequesis. Los Reyes Magos adoran a Dios y por medio de ese acto hacen una entrega de su propio ser a Nuestro Señor hecho hombre y nacido en Belén: ya no se pertenecen, si no que han entregado su entendimiento, su voluntad y su corazón al Niño; esos son los tres regalos importantes de los magos, y este sentimiento de adoración lo exteriorizan por medio de un gesto externo, la postración.
En nuestros días hemos olvidado los gestos externos de adoración, que no son más que una manifestación externa de nuestro amor a Dios. Son importantes los gestos externos; fíjense cómo los magos hacen ese gesto externo de adoración.
Uno de los gestos externos que ha caído más en desuso es la genuflexión. Hay gente que le quita importancia a este gesto externo de adoración. Nos damos cuenta que en nuestras parroquias la gente no hace la genuflexión cuando pasa delante del Sagrario, tabernáculo santo que esconde el santísimo cuerpo y sangre del Señor. Incluso vemos que no se arrodillan en el momento de la consagración en la Santa Misa. No se presta a la cultura del hombre moderno hacer este gesto, podrían pensar algunos. El cardenal Ratzinger en su libro El espíritu de la Liturgia nos dice: “Puede ser que la cultura moderna no comprenda el gesto de arrodillarse, en la medida en que es una cultura que se ha alejado de la fe, y no conoce ya a aquel ante el que arrodillarse es el gesto adecuado, es más, interiormente necesario. Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse. Una fe o una liturgia que no conociese el acto de arrodillarse estaría enferma en un punto central.”
Otras posturas externas de adoración, a parte de la genuflexión y la postración, son la inclinación, la elevación de las manos, el descubrir la cabeza, etc.
La Sagrada Escritura nos dice: “Misericordia quiero, y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Oseas 6,6). Estas palabras sacadas de contexto nos podrían llevar a un error. Si al leerlas pensamos que la esencia de los signos externos de adoración es el acto interno que conlleva una sumisión total a todo lo que Él nos revela, andamos en buen camino. El Padre Royo Marín dice que la adoración es el reconocimiento intelectual de la excelencia soberana de Dios y el sometimiento de nuestra voluntad ante Él. Sin embargo, si este pensamiento nos lleva a creer que lo interior es lo importante en sentido absoluto, podemos caer en errores que proceden del mundo oriental, y que están teniendo muy buena recepción en la cultura occidental. El cardenal Ratzinger, nuevamente en El espíritu de la Liturgia, nos advierte de estos errores: “En la postura meditativa oriental las cosas ocurren de otra manera. El hombre mira hacia el interior de sí mismo. No se aleja de sí mismo para salir al encuentro del otro, sino que pretende introducirse en su interioridad, en la Nada, que es, al mismo tiempo, el Todo (…). Por muy abierta que esté y deba estar la fe a la sabiduría de Asia, es evidente la diferencia entre la concepción personal y la impersonal de Dios. Y desde esta perspectiva hay que decir que arrodillarse y estar de pie son posturas de la oración propiamente cristiana, a través de las cuales expresamos que miramos el rostro de Dios, a la mirada de Jesucristo: viéndolo a Él podemos ver al Padre”
Y en definitiva, esto es lo que les quería decir. Recuérdenlo: el gran regalo de los Reyes Magos es que nos enseñan a adorar a Dios en espíritu y en verdad, y nos enseñan a exteriorizar este sentimiento interno por medio de gestos externos.
Marcos Vera Pérez
Presidente Jóvenes de San José
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