En el 12 aniversario de la muerte del Padre Alba
Hoy 11 de enero, los Jóvenes de San José recordamos la muerte de nuestro padre espiritual, el P. José María Alba Cereceda, SJ. Hoy hace 12 años que el santo jesuita entregaba su alma a Dios, nuestro Señor. En este año me gustaría recordar una cosa: Él fue nuestro padre. Se comporto como un padre con todos nosotros.
Fue padre porque nos enseño que por encima de todo está Dios, y a él se le debe reverencia, servicio y amor. Nuestro corazón, nuestras manos y nuestra inteligencia sólo han de someterse ante el Padre Eterno. Nuestro corazón ha de ser todo de Dios. Pero no piensen que sus homilías, sus predicas y sentencias, giraban y giraban siempre en torno al amor. “Mal hecho”, pueden decir algunos, y pueden tener razón, pero, permítanme que me explique. En cierta manera, el padre siempre nos hablaba del amor, pero entendía que para llegar al amor de Dios, antes, hace falta una purificación de nuestros pecados, quitarnos todo aquello que no es de Dios; y no entendamos que la causa primera de alcanzar ese amor tras la purificación somos nosotros, sino que él nos repetía una y otra vez: “Todo es gracia”. La causa primera de ese amor es Dios mismo, es la obra de Dios en nosotros. Pero debemos quitarnos esos defectos, que no permiten a la gracia actuar. Es por ello que en muchas de sus predicaciones, nos animaba a abandonar la vida de pecado, y de imperfecciones. Muchos lo acusaban diciendo: “Es un exagerado, un pasado de moda, la Iglesia ha cambiado”, y todo, porque no se contentaba con exigirnos que no pecáramos, sino que nos animaba a huir de toda imperfección, aunque esta no fuera pecado, pues él sabia, que aun no siendo pecado, impedía la obra de Dios en nosotros.
Nuestras manos han de estar al servicio de Dios. Nuestras manos nunca se han de detener ante los trabajos apostólicos, ante los trabajos de Dios, ante el servicio a la Iglesia, nuestras manos, nuestro tiempo, siempre por Dios y para Dios. Hay algunos que diferencian entre lo profano y lo sagrado. Y dicen que estos dos ámbitos no se pueden mezclar, que lo sagrado va por un camino y lo profano va por otro, como si tuvieran dos finalidades diferentes, como si fuera el ámbito de Dios, el uno, y el ámbito del hombre el otro. El padre no quería contemporizar con estas ideas. El quería trabajar, colaborar con la obra de Dios, para instaurar todas las cosas en Cristo. Todo debe ser instaurado sobre Cristo, lo sagrado y lo profano. Y nuestras manos deben estar al servicio de esta obra, que no es nuestra, que es de Dios.
Nuestra inteligencia ha de estar al servicio de Dios. No creía en los relativismos, no creía en opiniones mayoritarias de este mundo, creía en la verdad, y esto lo consiguió, sobre todo, porque entró en lo más profundo del servicio al Corazón de Jesús. El padre Alba no creía en las democracias modernas donde se puede legislar cualquier cosa, por el simple hecho de ser aceptado por una supuesta mayoría representada en un parlamento. El padre Alba era un intransigente con el error, era intransigente con la falsedad que llevaba a las almas a condenarse. Pero a la vez, era misericordioso con el equivocado, con el que caía en el error.
Fue padre porque nos enseño a amar a la patria. Hoy día hay que defenderlo con capa y espada. Somos unos fascistas si decimos amar a la patria. Los jóvenes de la Asociación de la Inmaculada y San Luis Gonzaga prometían: “Amar sin reserva a España, mi Patria, la nación de eterna Cruzada, relicario de santidad, sublime escuela de tradiciones”. Sin embargo, no caía en extremismos que llevaban a poner el amor a la patria por encima del amor a Dios. Primero Dios, y luego la patria. El Beato Juan Pablo II nos decía en Memoria e Identidad: “Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador” Y sigue el mismo Padre Santo: “Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. Un amor que abarca también las obras de los compatriotas y los frutos de su genio. Cualquier amenaza al gran bien de la patria se convierte en una ocasión para verificar este amor”. Quizá el padre Alba, con esto de amar a la Patria se equivoco, y también se equivocó Juan Pablo II, y también se equivocó la tradición de la Iglesia y sus enseñanzas ancestrales, quizá se equivocó Dios nuestro Señor al darnos el cuarto mandamiento de la ley de Dios, quizá todos se equivocaron y acertó este mundo moderno, totalmente desarraigado, porque no sabe de amores ni de servicios que vayan más allá del propio yo.
Fue padre porque nos enseño a amar al hermano. Pero nos enseñó a amarlo de verdad. A ser verdaderos amigos, con todas las consecuencias que conlleva la verdadera amistad. Nos decía muchas veces, no busquéis amigotes, sino amigos. Amigotes son con los que te vas a la discoteca, con los que vas a perder el tiempo, con los que, en muchas ocasiones, acabas perdiendo el estado de gracia. Amigos en sentido pleno, a la luz de Dios nuestro Señor. Y nuestro buen trato no debía quedarse en los amigos, debíamos buscar a Cristo en los más necesitados en los pobres, llevar el Evangelio a nuestros hermanos más necesitados.
Se podrían decir muchas cosas sobre el padre Alba en el día de hoy, pero como resumen creo que es suficiente, el padre Alba fue un verdadero padre, porque nos enseño a amar a Dios por encima de todo, fue padre porque nos enseñó a amar a la patria, y fue padre porque nos enseño a amar al hermano.
Marcos Vera Pérez
presidente Jóvenes de San José
Y en TODO lo que hizo entregó su vida. No se guardó NADA para él. Verdaderamente era el AMIGO DE JESÚS.