Artículos de opinión

Existe un concepto que nuestro mundo ha olvidado, este concepto es el de persona. Esta palabra de origen cristiano y que tiene su raíz en las disputas trinitarias sobre la ousia de Jesucristo, hoy día ha sido totalmente retirada del uso frecuente de nuestros semejantes. Si es cierto, la palabra se usa, sin embargo, su significado se ha olvidado y se ha sustituido por otros que nada tienen que ver con su significado original.

Hoy día la palabra persona sólo se utiliza en referencia a los hombres ya nacidos, y en parte recibe su fuerza de su vinculación con el derecho positivo, sin embargo, este concepto parece significar poco de por sí, sin esa referencia positiva.

Nosotros hemos de aceptar un concepto de persona que permita incluir al óvulo fecundado. El esfuerzo que ha hecho el personalismo no es suficiente para dar respuesta a la totalidad del concepto de persona. Es necesario recurrir al concepto tomista, que en otro ocasión trataremos. Ahora, recordemos las palabras de Jérôme Lejeune (Montrouge, París, 1926 – 3 de abril de 1994)

«Se demuestra que ese ser es de la especie humana porque tiene una organización exclusivamente humana, es decir, distinta estructuralmente de las restantes especies animales. En efecto, tanto externa como internamente somos específicamente distintos de cualquier animal. Así, desde el momento de la fecundación el nuevo ser está sintetizando las proteínas características de su especie. Es típicamente humana la conformación y estructura de los órganos de los sentidos, del sustema nervioso central (hayan aparecido o no aún las primeras operaciones intelectuales, que, por otra parte, no se manifiestan en todo su esplendor hasta tiempo después del nacimiento), de los órganos responsables del lenguaje (aunque el niño no sepa hablar hasta pasados unos meses después del parto), del aparato digestivo, etc., y esas cualidades diferenciales abarcan, además, niveles más finos: los cromosomas (46 en la especie humana), los genes y, en definitiva, la constitución físicoquímica de la materia humana y, por tanto, del cigoto. No se trata, pues, de una simple y vulgar cosa, ni de un animal cualquiera. Es un concreto individuo humano, varón o hembra desde el momento de la fecundación»

El feto es un ser individual desde el primer momento de su existencia, único e irrepetible. Y así estaba dispuesto que fuera en las primeras células o gametos, tanto el espermatozoide como el óvulo que se fusionaron: la información cromosómica que, cada uno de ellos aportó, es única e irrepetible: ya desde la maduración óvulo, llamada ovogénesis, también desde la maduración del espermatozoide, espermotogénesis.

Los obispos de la provincia eclesiástica de Victoria, Australia en 1984 dijeron: «El embrión es un ser humano. Un óvulo no lo es, y tampoco un gameto. Una vez que se ha producido la maravilla, la irreversible maravilla de la concepción humana, la nueva vida concebida es un individuo humano por sí mismo, un organismo de origen huamano, que tiene en sí msimo todo lo necesario para organizar su desarrolla, si crecimiento, su multiplicación y diferenciación, si simplemente se le concede el alimento y un ambiente apropiado. Robert Edwards, uno de los primeros especialistas que ha conseguido producir una fecundación in vitro, describe al embrión como «magnificamente organizado, con las condiciones necesarias para desarrollar su propia bioquímica. Edwards resume la verdad en una expresión llena de significado, incluso en la fase anterior a la implantación, el embrión es un ser hamano microscópico en las primerísimas fases de su desarrollo»

El embrión es una persona, con una naturaleza intelectual, con una naturaleza humana, con derechos que le vienen, no por el hecho de haber nacido en esta o en aquella nación, sino, que esos derechos son inherentes a su naturaleza. Sobre estos derechos podemos construir otros derechos de carácter positivo y a medida que tenga obligaciones el hombre  merecerá más derechos.

Marcos Vera Pérez
presidente de Jóvenes de San José