Carta mes de agosto de 2014
Estimados Hijos e Hijas de San José:
En este mes de agosto os quiero hablar del matrimonio, pero no de cualquier matrimonio, sino del matrimonio espiritual al que estamos llamados por Dios, nuestro Señor, a establecer con él. Para entender este matrimonio, antes debemos entender el matrimonio entre un hombre y una mujer, hemos de entender el sacramento del matrimonio.
La Sagrada Escritura nos dice sobre la unión de un hombre con una mujer, que han de ser una sola carne. Este versículo de la escritura puede ser entendido únicamente como algo carnal, como una unión de cuerpos, pero no quiere decir eso, aunque sin duda, no lo excluye. “Una sola carne” lo hemos de entender en un sentido mucho más profundo. Debemos entender que dos realidades, el hombre y la mujer se han de fundir en una sola realidad. ¿Y que fuerza es capaz de hacer que dos realidades sean una sola? Esa fuerza no es otra que la del amor. El amor es capaz de unir dos realidades en una sola. Y dado que el hombre es voluntad, entendimiento y corazón, para que haya una verdadera unión entre dos personas debe haber una unión de voluntades, una unión de entendimientos y una unión de corazones. Los que están casados deben tener la misma voluntad, el mismo entendimiento y el mismo corazón, en entonces es cuando son realmente una sola carne. Deben querer y no querer lo mismo (unión de voluntades), deben entender las cosas de igual manera (unión de entendimientos), deben tener los mismos sentimientos (unión de corazones). Esta unión de personas no anula la personalidad de ninguna de las dos casados, y naturalmente cada uno aporta un aspecto al matrimonio que el otro no tiene, pero en lo esencial debemos tener una misma voluntad, un mismo entendimiento y un mismo corazón, sino la unión matrimonio es meramente accidental, son un matrimonio, pero no son realmente una sola carne.
De la misma manera que sucede en el matrimonio entre un hombre y una mujer, en el que se da esta unión tan íntima y sagrada, ha de suceder entre la unión del hombre con Dios. Para que el hombre llegue a ser una sola cosa con Dios, ha de unir su voluntad a la voluntad divina, ha de unir su entendimiento al entendimiento divino, ha de unir su corazón al corazón de Dios, y esto es lo que llamamos matrimonio espiritual.
Unión de la voluntad con la Voluntad Divina. Esto es lo que la Mística llama vía purgativa. Tenemos que purgar lo que queremos, y lo que no queremos, para querer sólo lo que Dios quiere y no quiere. El alma del hombre desea poseerlo todo, y para llegar a esto que el alma quiere, hay que recorrer la senda de lo que no quiere. Esta fase es como la puerta que nos permitirá alcanzar la unión con Dios, nuestro Señor. El objetivo de esta primera parte es conseguir que el alma sea humilde, pero no con cualquier humildad, sino con una humildad semejante a la de la Sagrada Familia, una humildad semejante a la de San José, una humildad semejante a la de Santa María, una humildad semejante a la de Jesús. Para pasar esta puerta, el Señor nos da tres medios, que no hemos de abandonar nunca: La oración, el sacrificio y la limosna.
Unión del entendimiento con el Entendimiento Divino. Nos han sido revelados por medios de Jesucristo los pensamientos de Dios, y debemos unir nuestros pensamientos a los de nuestro Dios. La mística llama a esta vía que me lleva a la unión con Dios, vía iluminativa. Los entendimientos son como una luz, y hay que dejar a Dios actuar para que nuestro entendimiento sea iluminado por el entendimiento divino, para ver la realidad con los ojos de Dios. Para profundizar en esta vía hasta la unión con Dios es conveniente contemplar la vida de nuestro Señor Jesucristo, para que el Evangelio se grave en nuestro entendimiento a fuego.
Unión del corazón con el Corazón Divino. La mística llama a esta via, la vía unitiva. Aquí ya sólo se vive de Amor, del amor de Dios. Tenemos los mismos sentimientos que Dios nuestro Señor, hemos empezado a vivir esa unión que llamábamos matrimonio espiritual con Dios, nuestro Señor. Esta es la verdadera vocación del hombre, de todo hombre, la unión de amor con Dios, es a lo que estamos llamados todos los hombre. Este es el anhelo de Dios nuestro Señor, y lo vemos a través de las palabras del Señor “Mas no ruego sólo por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno. Como tú, oh Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno” (San Juan 17, 20-22) Aquí el Señor muestra también su deseo de que nosotros, los cristianos seamos uno, pero la única manera de que esto suceda es que seamos uno con Cristo.
Y no quiero acabar esta pequeña carta sin antes mencionar a nuestra querida Iglesia, la Iglesia, queridos hermanos, es el mismo Jesucristo, nos dice, me parece recordar que Bossuet, que la Iglesia es Jesucristo predicado y extendido por todo el mundo. Y esta unión íntima con Dios, con Jesucristo, nos tiene que llevar a un amor a nuestra Santa Madre Iglesia, pues ella es Jesucristo, al que estamos unidos con fuerza tan grande, pues esa fuerza procede del Amor. No podemos ver en la Iglesia una mera organización de fieles y pastores, que si bien es cierto que en algunas ocasiones pueden fracasar por poner más esperanzas en lo humano que en lo divino, también es cierto que no nos tenemos que quedar sólo con eso, sino que hemos de mirar al corazón de la Iglesia, ese corazón es el corazón del mismo Dios, es el corazón sagrado de Jesús. Ese corazón que está en el centro de la Iglesia, que es la Iglesia, nos dijo, cuando estaba aquí entre nosotros, que no dejaría de asistir para que no cayera la fe de Pedro, la cabeza de la Iglesia, a Pedro, es decir al Papa. Y los obispos y cardenales que reciben del Santo Padre su ministerio, han de ser para nosotros la voz de esa cabeza, cuyos labios y cuyos gestos nos hablan del corazón que late en el centro mismo de la vida de la Iglesia.
Estimados hijos e hijas de San José rezad por este que os escribe para que se deje ya de tonterías y empiece este camino que el Señor nos ha marcado a todos, que entre por esa puerta que llamamos humildad y se dirija a esa tierra donde sólo el Amor es la norma de conducta, ¡Qué vida más dulce esta del Amor! Sin embargo, Dios sólo permite participar plenamente de ella a las almas verdaderamente humildes.
Marcos Vera Pérez
Presidente de Jóvenes e Hijos de San José
Indudablemente !!!Dios es vida, amor y corazon unido en una misma esencia