¿Me confieso directamente con Dios?
La confesión de nuestros pecado ha de ser por medio de un sacerdote, que cuando confiesa actúa en la persona de Cristo. El evangelio de San Juan nos narra cómo Cristo da el poder de perdonar los pecados a los apóstoles, esto sucede después de la resurrección del Señor, leamos atentamente las palabras de Cristo a los apóstoles, y a sus sucesores.
Juan 20,19-24:
«Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Es importante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte) con el Espíritu Santo (necesario para creer y actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros sacerdotes).
Nos confesamos por medio del sacerdote, por designio de Jesucristo, que es Dios y hombre verdadero, pero es Él, quien perdona los pecados. El sacerdote en ese momento es el mismo Cristo, que te habla, y te perdona. Benedicto XVI decía en la audiencia general del 14 de abril de 2010, Año sacerdotal, «Por lo tanto, el sacerdote que actúa in persona Christi Capitis (en la persona de Cristo Cabeza) y en representación del Señor, no actúa nunca en nombre de un ausente, sino en la Persona misma de Cristo resucitado, que se hace presente con su acción realmente eficaz. Actúa realmente y realiza lo que el sacerdote no podría hacer: la consagración del vino y del pan para que sean realmente presencia del Señor, y la absolución de los pecados. El Señor hace presente su propia acción en la persona que realiza estos gestos. Estos tres oficios del sacerdote —que la Tradición ha identificado en las diversas palabras de misión del Señor: enseñar, santificar y gobernar— en su distinción y en su profunda unidad son una especificación de esta representación eficaz. Esas son en realidad las tres acciones de Cristo resucitado, el mismo que hoy en la Iglesia y en el mundo enseña y así crea fe, reúne a su pueblo, crea presencia de la verdad y construye realmente la comunión de la Iglesia universal; y santifica y guía»
Por tanto, los pecados siempre nos los perdona Dios, pero por designio suyo, esto se hace efectivo a través del sacramento del perdón de los pecados, del sacramento de la misericordia.
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