P. Felipe Perea Santos
Dentro del grupo de casi 900 mártires que de la provincia eclesiástica de Toledo y de la diócesis de Ávila, están las seis familias religiosas unidas a nuestro proceso: franciscanos, agustinos, jesuitas, adoratrices, una franciscana de la Purísima y una teresiana. El padre Marcos Rincón Cruz, OFM, nos presenta hoy la vida de unos de los 51 mártires franciscanos de la provincia de Castilla: el padre Felipe Perea Santos.Nació el 13 de septiembre de 1908 en Villanueva de Alcardete. En 1922 ingresó en el seminario menor franciscano de Alcázar de San Juan. Vistió el hábito franciscano el 28 de agosto de 1924, en Arenas de San Pedro. Siguió con sus estudios en diversos destinos. El 14 de septiembre de 1929 hizo su profesión solemne en Consuegra y recibió la ordenación sacerdotal el 21 de mayo de 1932.
En los años de su formación observó buena conducta y obtuvo buenas calificaciones. Era sencillo y buen compañero. Durante toda su vida fue notoria su piedad. Como profesor era competente y sabía estimular a los seminaristas. En febrero de 1936 fue destinado al convento de Almagro (Ciudad Real) y nombrado director de la catequesis.
Estallada la guerra, el 24 de julio fue expulsado del convento junto con los demás religiosos. Ese día permaneció en casa de una familia del pueblo y fue encarcelado con los demás franciscanos al día siguiente. El 30 de julio salió con tres dominicos para Ciudad Real en tren con intención de seguir hasta su pueblo. Llevaban los cuatro un salvoconducto del jefe de la Casa del Pueblo, pero iban vigilados por dos milicianos de Almagro (Ciudad Real). Estos creían que todos eran dominicos, pues el padre Perea apenas era conocido en Almargo.
Al llegar a la estación de Migueltuna, la única entre Almagro y Ciudad Real, el jefe local de los milicianos subió al tren y mandó bajar a los cuatro religiosos, que fueron señalados por los dos que venían vigilándolos. En el andén les esperaba un piquete de milicianos armados con fusiles. La gente que había en la estación empezó a decir: «¡Bajan a los frailes! ¡Bajan a los frailes!» Ordenaron a los religiosos que caminasen hacia un extremo de la estación y, cuando se habían separado unos pasos, empezaron a dispararles por la espalda. La muerte de estos cuatro religiosos tuvo lugar en la estación ferroviaria de Migueltuna, el 30 de julio de 1936, hacia las tres de la tarde,
Jorge López Teulón
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