La compasión y el Corazón de Jesús
San Roberto Belarmino afirmaba que la palabra «corazón», designa, en la Biblia, el alma, es decir, el hombre interior. Por eso, la Sagrada Escritura habla del hombre «limpio de manos y puro de corazón», del fiel que «salta de júbilo en su corazón». «Por lo cual -concluía el santo obispo y doctor de la Iglesia. no es de maravillar si se atribuyen al corazón actos, así del entendimiento como de la voluntad, hallándose una y otra facultad en el hombre interior». A tenor de lo cual, el Papa Pio XI, en su encíclica Miserentissimus Redeptor (1928), pudo decir que el Sagrado Corazón nos descubre las riquezas incalculables de la vida interior de Cristo; y, por eso, nos lo hace conocer con plena seguridad. Y, simplemene -según el mismo pontífice-, amarle con más intensidad e imitarle con mayor eficacia y fidelidad.
En este mes de junio, en que clausuramos -precisamente en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús- el Año sacerdotal, conviene que meditemos en el Corazón sacerdotal de Cristo. En la carta a los Hebreos, se afirma -por un lado- que el Señor tiene compasión de los ignorantes y extraviados (cf. Hb 5,2). Por eso, el Papa Benedicto XVI dice que «para la carta a los Hebreos un elemento esencial de nuestro ser hombre es la compasión, el sufrir con los demás: ésta es la verdadera humanidad». En efecto, lo que define al hombre no es el pecado, porque el pecado «es vivir la vida para si mismo, en lugar de darla». Y -por otro lado- en la misma carta se afirma que Cristo ofrece ruegos y súplicas (cf. Hb 5,7): en efecto -según afirma el mismo Pontífice-, Jesús, en tanto que Sacerdote, «lleva realmente este grito de la humanidad a Dios».De este modo, es patente que «las lágrimas de Cristo, la angustia del Monte de los Olivos, el grito de la cruz, todo su sufrimiento no son algo añadido a su gran misión. Precisamente de este modo él ofrece el sacrificio, actúa como sacerdote». Por lo cual es manifiesto -como pone en evidencia Benedicto XVI- que la compasión entra de lleno en la misión sacerdotal de Cristo: «esta ofrenda de sí mismo se realiza precisamente en esta compasión». Por lo tanto, nuestro sacrificio personal, nuestra entrega al Señor se realizan en la compasión nuestra ante el sufrimiento del propio Cristo, quien, en su vida mortal -que fue toda ella cruz. ofreció ruegos y súplicas por nosotros.
Ahora bien, resulta que en la carta a los Hebreos -continua diciendo el Papa- toda esta compasión se resume y recapitula en el término «obediencia». No es una palabra de moda, pero encierra toda la profundidad del Corazón de Cristo, es decir, la riqueza de su vida interior. «En nuestro tiempo la obediencia parece alienación, una actitud servil. Uno no usa su libertad, su libertad se somete a otra voluntad; por lo tanto, uno ya no es libre, sino que está determinado por otro, mientras que a autodeterminación, la emancipación sería la verdadera existencia humana. En lugar de la palabra «obediencia», nosotros queremos como palabra clave antropológica la de «libertad». Pero considerando de cerca este problema, vemos que las dos cosas van juntas: la obediencia de Cristo es conformidad de su voluntad con la voluntad del Padre; es llevar la voluntad humana a la voluntad divina, ala conformación de nuestra voluntad con la voluntad de Dios». En efecto, en su acto de obediencia («no mi voluntad, sino tu voluntad»), Jesús resume toda su vida, toda su tarea de transformación del hombre, al conducirlo desde la vida humana natural a la vida divina. En otras palabras, en su obediencia al Padre, Jesús realiza la divinización del hombre. el lugar donde encontramos nuestra verdadera identidad.«¡Porque la voluntad de Dios no es una voluntad tiránica, no es una voluntad que está fuera de nuestro ser, sino que es precisamente la voluntad creadora, es precisamente el lugar donde encontramos nuestra verdadera identidad. Dios nos ha creado y somos nosotros mismos si actuamos conforme a su voluntad; somos así entramos en la verdad de nuestro ser y no estamos alienados. Al contrario, la alienación tiene lugar precisamente si nos apartamos de la voluntad de Dios, porque de ese modo nos apartamos del designio de nuestro ser, ya no somos nosotros mismos y caemos en el vacío. En verdad, la obediencia a Dios, es decir, la conformidad, la verdad de nuestro ser, es la verdadera libertad, porque es la divinización. Jesús, llevando el hombre, el ser hombre, en sí mismo y consigo, en la conformidad con Dios, en la perfecta obediencia, es decir, en la perfecta conformación entre las dos voluntades, nos redimió y la redención siempre es este proceso de llevar la voluntad humana a la comunión con la voluntad divina». Y eso lo realiza por la compasión de su Corazón, que debemos imitar. Particularmente en este mes a Él dedicado.
P. José María Serra Bertrán, mcr
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