La monstruosidad del aborto en el “estado del bienestar”
¡Menudo revuelo se ha armado tras la polémica reforma de la ley del aborto en España!
Los que están a favor de que la ley no cambie, han demostrado su rabia y malestar de múltiples maneras. Desde la televisión, la prensa, la radio, en la calle, en la red etc. muchos, hombres y mujeres indistintamente no han dudado en manifestar su desacuerdo tildando al PP de retrógrado y alegando que se están coartando los derechos de la mujer.
Por otro lado, quienes defendemos la vida sin tapujos, hemos dejado claro que nos parece una ley insuficiente, y que deseamos que se acabe para siempre con cualquier tipo de aborto. Además, sabemos de sobra que volvemos a una ley coladero, pese a que se hayan querido poner más trabas al engaño, pues todos sabemos que hecha la ley, hecha la trampa.
Y me hago las siguientes preguntas: ¿Por qué ante un mismo hecho, sobrevienen opiniones tan dispares? ¿Por qué para los que defendemos la vida está tan claro como que el sol alumbra que quienes opinan lo contrario están saltándose el primer y más importante derecho del ser humano, erigiéndose en dueños de la vida y del derecho a nacer ajeno? ¿Por qué todas esas personas que opinan sí al aborto no comprenden que ellos tuvieron la posibilidad de nacer? ¿Por qué no soportan ver un niño abortado? ¿Por qué…
Creo que son tantas las preguntas que no acabaría en muchos folios. Y es que para los que estamos viendo a diario los estragos del aborto en la sociedad estas preguntas solo tienen una sola respuesta: el aborto es un mal terrible para la sociedad, para la familia, para la mujer. Y este debate tiene solamente una respuesta por parte de quienes opinan sí al aborto: están quitándole el “derecho a decidir” a la mujer. Si supieran muchas de las personas que opinan de ese modo las secuelas que deja en la mujer un aborto, hablarían de otro modo. Si vieran a diario como llegan a nosotros los casos de mujeres destrozadas, los casos de mujeres al borde del suicidio, sumidas en adicciones y promiscuidad, sumidas en la depresión y la tristeza más absoluta por causa del aborto, tal vez cambiaría la opinión de que no se le deja decidir a la mujer. Precisamente ellas, cuando deciden abortar, están firmando dos sentencias de muerte: la de su propio hijo, y la de ellas mismas. Y me pregunto ¿deciden en libertad? Porque para decidir libremente uno tiene que estar bien informado de lo que está eligiendo.
Por ello surge otra pregunta en mi mente: ¿Por qué a la hora de pensar en un aborto, no se le dice la verdad a la mujer? ¿Por qué se le ocultan las secuelas terribles tanto físicas como psicológicas que la acompañarán para siempre?
Es difícil cambiar la mentalidad de miles de personas a las que se ha llevado a la confusión a causa de la manipulación de años y años de informaciones engañosas a través de todos los medios de comunicación, y es un trabajo arduo y complejo hacer que todas ellas reconozcan que han sido engañadas. La mal llamada “sociedad del bienestar” ha logrado cambiar conceptos intocables antiguamente, y abogando por ese bienestar, que la mayoría de las veces es egoísmo, y por escoger el placer y la propia satisfacción personal se ha caído precisamente en todo lo contrario: malestar en la mujer, en la familia, en la sociedad. Si en España se han perpetrado 120.000 abortos en este año, son miles las mujeres que habrán desarrollado el síndrome postaborto durante este período, con todos los síntomas que hemos mencionado más arriba. Y esos miles de casos de mujeres heridas por el aborto, causa heridas indefectiblemente en su familia, en su entorno y por ende en la sociedad en general.
Ojalá llegue el día en que dejen de asesinarse los hijos en el vientre de las madres, porque mientras eso no cambie, y tal como dijo la misma Madre Teresa de Calcuta, no podremos tener paz en el mundo, porque la mayor guerra que existe es la de la madre cuando mata a su propio hijo en su vientre.
Montse Sanmartí
No más Silencio. Delegada Sanación Pos-aborto en Cataluña.
Imagen: escultura «Memorial for Unborn Children” de Martin Hudáček
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