Consultorio popular: La codicia
Quiero preguntarle algo sobre el décimo mandamiento: no desearás los bienes del prójimo. Siempre me ha costado entender por qué no podemos desear cosas que los otros tienen. ¿Acaso nosotros no tenemos también derecho a esos bienes?
Probablemente entendería mejor lo que nos enseña el décimo precepto del decálogo si lo formuláramos correctamente: no codiciarás los bienes ajenos. Para que me entienda, cambiar una palabra cambia el sentido de toda la frase: es como si en el noveno mandamiento dijéramos: «no tendrás pensamiento ni deseos impuros», en lugar de: «No consentirás pensamientos ni deseos…»
Desear y codiciar son cosas muy diferentes. Evidentemente, todos podemos albergar honestos deseos de poseer bienes legítimos que otros ya disfrutan. ¡No faltaría más!
Este mandamiento, que complementa al noveno, como enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, exige una actitud interior de respeto en relación con la propiedad ajena, y prohíbe la avaricia, el deseo desordenado de los bienes del otro y la envidia, que consiste en la tristeza y desaliento que se experimenta ante los bienes del prójimo y en el deseo desordenado de apropiarse de los mismos.
La envidia, que es uno de los siete pecados capitales, causa muchos sinsabores y desgracias en la vida de las personas. La envidia denota gran falta de caridad y de espíritu magnánimo. Por envidia, muchas personas hacen barbaridades: desde rayar el coche nuevo del vecino hasta cometer brutales asesinatos. La envidia, cuando anida en el corazón, hace desgraciada a la persona y la convierte en causa de esgracia para los otros, envenenando las relaciones interpersonales.
Un corazón lleno de caridad se alegra de los bienes legítimos que los otros poseen. Hay que estar muy atentos en mortificar constantemente esta tendencia de nuestra naturaleza desordenada y propensa a caer en el mal y el pecado.
El mejor antídoto es la generosidad, virtud capital, que hay que fomentar desde la más tierna infancia. Educando a las personas desde niños y compartir, a ser generosos con los demás, especialmente con los más necesitados, es la mejor manera de que no sean personas envidiosas. También los adultos nos hemos de imponer periódicamente actos de generosidad para ir venciéndonos y experimentar una gran verdad: hay más dicha en dar que en recibir.
Contesta al consultorio el Rvdo. Dr. Juan Antonio Mateo García
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