En todas partes hay gente para amar
No había llegado la hora de comer y sonó un teléfono con un número largo, de esos que hacen tanta ilusión 005114433…, era el Padre Juan María Sellas, desde Santa María, en la diócesis de Chosica de Perú, que me llamaba para que fuera a predicar dos tandas de Ejercicios Espirituales… ¿A dónde? ¿A tus parroquias?… Pasaron por mi cabeza muchas excusas, motivos y tareas que hacer y le dije que si me daban permiso iría, porque esta vez sí que podía ir.
Llamé al Padre Turú a Sentmenat y al Vicario General a Cuenca, y los dos dijeron que por supuesto y que harían lo posible por cubrir mi puesto. Después los compañeros, Román, Abel, César… “Vete tranquilo, si hay entierro que nos avisen”. Nunca algo tan complicado se presentaba de forma tan sencilla.
Hasta que pasó la Navidad con la familia, celebré todas las Misas, unas sesenta en un mes, culminando con la fiesta de San Antón, y la noche del domingo día 18, después de cuatro Misas, en Barajas, cenaba por primera vez en mi vida en un burgger king o algo así… que hay en la zona de embarque del aeropuerto. Nos esperaba un enorme avión de la compañía Air Europa que le acaban de poner por nombre Vicente del Bosque y en el que dormí muy cómodo casi ocho horas. Hasta el café de abordo me parecía bueno de lo feliz que estaba.
No solamente iba a conocer a los hermanos de allende los mares, iba a estar en la misión de Perú, catorce años después. Aún recuerdo la despedida. Creo que no estaba todavía ni estudiando Teología. Se puede decir que soy a la vez el mismo y diferente. Tengo la misma ilusión de entonces, los mismos defectos, o quizás más aunque se intenten disimular, pero hay uno que no perdona y que aparecerá ya en ruta: tengo alergia a los ácaros del polvo. Pero ella y yo nos llevamos bien. La alergia siempre me acompaña y los medicamentos también. Pasaron la aduana que no fue sencillo, y había venido mucha gente, pero mucha, a esperar a los que llegábamos. En Lima hay muchos habitantes. Sorprende aunque hayas nacido en Barcelona.
Visitamos los lugares de los santos limeños, la plaza de armas, la tumba de Pizarro y todo lo que se puede ver en Lima en un día. Sin embargo, yo soñaba con llegar a la casa en medio de un asombro que me comparaba sin querer Perú con Palestina. Los mismos coches, el mismo polvo, puentes enormes junto a casitas de maderas, casas sin tejados porque no llueve apenas, y dentro de la furgoneta alegría, mucha alegría. ¡Al fin vine a conocerles hermanos! ¡Qué feliz me han hecho estos días de Cielo! Al Padre Miguel le enviaré estas letras para que las lean antes de que les llegue la revista que lo publica. Ha sido inolvidable. Me acuerdo de todo, quizás los nombres se me van, pero el conversar tanto y tan ameno se quedó en la memoria retenido para siempre. Quizás tarde en volver, quizás vengan ustedes, pero sea lo que fuere, nunca lo olvidaré. Deo gratias! Empezaron unos días de Cielo entre ustedes y las gentes de las Parroquias de de Yanacoto, Chacrasana y Santa María.
Y comenzaron las meditaciones de San Ignacio. ¿Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué voy a hacer por Cristo?… Lo que estoy haciendo me encanta. Vienen a la memoria muchas tandas de Ejercicios ya, de las que pocas veces hablo pero recuerdo mucho. Santander, Madrid, Mota del Marqués en Valladolid, Mota del Cuervo en Cuenca, el Tibidabo en Barcelona, y ahora Chaclacayo. Al final, no importa quién los predique ni tampoco cómo lo haga. Lo único que importa es ponerse junto a Cristo y darle tu vida entera, con sus disgustos y alegrías, con el ánimo y el cansancio, con tus familiares y tus soledades, con María, la Virgen Santísima y un propósito: contar a los demás lo que hemos visto y oído.
Aquellas señoras y chicas sencillas con un corazón lleno de Dios y un alma blanca me acercaron al portal de Belén, a la vida de Jesús, al Calvario y a Emaús y Tiberiades como cuando estuve con mis padres y hermanos. Volvíamos a vivir en los lugares santos, esta vez a más de quince mil kilómetros. Traíamos a Jesús a nuestra vida, que tanta falta nos hace y nos planteábamos cómo debe ser eso de que el Corazón de Cristo esté en nuestro corazón: no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
Después, al terminar compartieron sus vivencias y volví a las Parroquias para celebrar las Misas de domingo y no perder el ritmo. Impactado por los jóvenes de Cristo Rey en Yanacoto me dieron ganas de felicitarlos por su entrega y constancia, así como invitarlos a seguir y aumentar su número y su compromiso.
Solamente quedaba predicar de nuevo, pero esta vez a compañeros de toda la vida y a los nuevos hermanos, algunos a punto de recibir las Sagradas Órdenes, ¡cómo se pasa el tiempo!, allí conocí al hermano Miguel. Él dice que lleva poco tiempo en la casa y que llegó con una melena larga y poco arreglada. Buscaba a unos frailes para confesarse pero se quedó en nuestra iglesia y se confesó allí. Volvió a su casa pero para decir que se venía a quedar. Él me explicó cosas que no entendía de la historia reciente del Perú, él amenizó el viaje al Callao de Lima. Había que coger el vuelo de regreso. Atrás quedan las largas conversaciones con los Padres, la despedida de las gentes de la Parroquia en un agradable compartir de los ricos alimentos peruanos, que como las flores impactaron mi ilusión de niño.
Ya en el avión descubrí que se quedaba para siempre, en aquel rincón del mundo, donde había llegado casi sin darme cuenta, un trozo de mi corazón. En el camino que hice a pie con Anita, porque no había sitio en el carro, pateando la vía del tren, en las cenas con los hermanos, mis batallas con el refitolero por un pedazo de pan y un vaso de agua, los que limpiaron y volvieron a limpiar el polvo de la habitación donde dormía, en cada gesto y palabra de tantas personas, me di cuenta de que en cualquier parte, como decía el Padre Alba, hay gente para amar.
Gracias San Martín de Porres y Santa Rosa de Lima, por esta misión tan hermosa, y por la ilusión renovada al volver a las gentes de mi pueblo, que quedaron rezando y por las que ahora rezan también allí en mi Perú.
P. Antonio María Domenech, mCR
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